Drogas

19 julio 2015

Durante muchos años nuestra canción fue “Like a drug”, de Queens, of the Stone Age, más por simple coincidencia que por otro motivo. Había sonado una noche en la playa, después de que fuimos atacados por una ola hambrienta de mosquitos salvajes. El calor no nos dejaba dormir y así la voz de Josh Home nos obligó a deslizarnos bailando por el cuarto: Since you're gone, I sat at home wonder why no I'll never be free, but the thought of yo goin with another guy. Vaya letra para ser la canción de una pareja, pensé muchas veces.
Años después cambiamos de parecer, de ideas, de costumbres y de canción. Pero la sigo escuchando con afecto.

Esta mañana mientras me bañaba, con Like a drug en la cabeza, pensaba en el poder de los impulsos y también en el equilibrio que puede presentarse con la presencia de un individuo específico. Es decir, cómo por momentos, hay una necesidad adictiva de alguien a causa el efecto que nos provoca. Hay personas que disparan en nosotros agentes que viven dormidos la mayor parte del tiempo, es una experiencia hermosa, y peligrosa equiparable a la cocaína, según he leído. Por el lado contrario, existen personas que mantienen en estados de anestesia y ensoñación algunas partes desenfrenadas de nuestra personalidad, como un opiáceo que juega con tu mente. Conozco ambos efectos, y ahora la única duda que me queda es ¿qué pasaría si pudieran mezclarse?

14 julio 2015

Su boca en flor es
el encuentro fortuito
de nuestra muerte.

11 de julio

12 julio 2015

Toda la primera parte del año había estado apestada en su mayor parte por una sensación de impotencia y, en consecuencia, de falta de voluntad para llevar a cabo las tareas más simples, como bañarme o despertar del todo. El ritmo de vida era relativamente relajado y todas mis actividades se realizaban casi de manera automática. Volví a ver amigos con los que no hablo frecuentemente pero siempre me hacen el día con su presencia.

Después de un par de tragos los pensamientos oscuros decidían instalarse en otro cuerpo y me dejaban en paz durante un par de horas, a veces a través de letras de canciones que hacen más por mí que mis propios pensamientos. Todo eso poco antes de que el sueño me regresara al mundo irreal, en donde las noticias anunciaban la segunda fuga del Chapo Guzmán y supe que algo cambiaría de manera definitiva, y que tenía que ver con esa noticia y al mismo tiempo no se vinculaba en absoluto.

Apología del anonimato

04 julio 2015

He pensando, con más frecuencia de la que me incomoda admitir, sobre los radicales cambios en la información compartida en internet. Lo hago incluso ahora mientras tecleo esta entrada en mi blog que probablemente es leído por una o dos personas.
Y lo digo porque cuando tenía cerca de quince o dieciséis años, el internet era infinito y la posibilidad del anonimato era algo increíble. Probablemente una de las cosas que hacía a la red un producto seductor era esa aparente libertad absoluta y la entrada a un submundo completamente a tu disposición.
Extraño esa idea. Más ahora que releo viejos blogs de conocidos y me encuentro con la persona que yo era al haber leído esas entradas por primera vez. Me hace sentir que un ente extraño se ha robado una parte de esa que era yo.
Atribuyo buena parte del declive, si no es que la totalidad, de los blogueros a dicha situación; especialmente ahora que existe el Facebook, ante el cual siempre podemos encontrar argumentos: “el FB no es malo en sí, sino la forma en que lo uses”, “puedes no tener FB”, “puedes decidir no compartir nada personal”, entre otros, todos ellos válidos, y me imagino que cada persona elige de acuerdo a conveniencia. Pero también es real el desinterés que existe, de manera generalizada, por sentarse a navegar libremente sin encontrarse con estos nuevos botones para ligar tu búsqueda a las cuentas de tus redes sociales, o incluso sitios que te exigen acceder mediante las mismas, y con ello aceptamos desnudarnos frente al otro sin haberlo pactado previamente.
Este blog es prueba de dicha situación y yo amaba sentarme a conocer a otras personas a través de sus textos. Y en realidad sólo quería manifestar lo mucho que extraño a todas esas personas y a su estilo único, a los géneros que reinventaban sin darse cuenta, mediante pequeñas anécdotas o confesiones.

Si aún siguen por aquí, yo sigo aquí.

Algunos apuntes sobre Facsímil de Alejandro Zambra

27 mayo 2015

“A nosotros, piensas, como a los perros
 nos echaron al agua y aprendimos a nadar al tiro.”
Alejandro Zambra

Lo que resulta notable al momento de abrir esta obra del autor chileno es el formato, y no resultará extraño que surjan divergencias respecto al género al que pertenece y la libertad que tiene el lector para configurar su propia historia y formar su propia crítica respecto al sistema educativo de Chile, que por cierto, comparte puntos con el mexicano. Por un lado unos argumentarán que el innovador estilo narrativo de Zambra está más próximo a la poesía experimental, gracias a las contundentes construcciones que el lector puede encontrar en cada una de las páginas, en las que cada palabra está dotada de un sentido y significación que revelan una dura realidad; otros, por su parte, hablarán de la revolucionaria forma ensayística que a partir del cuadernillo –inspirado en los originalmente utilizados para el examen de ingreso a la Universidad en Chile desde 1967 hasta 2002–, apunta y crítica a un sistema educativo deficiente en distintos niveles; y otros más quizá se inclinarán por hablar de minificciones contrapuestas. Todos estarán en lo cierto. Del texto se desprenden historias en apariencia inconexas, pero terminan por crear una pieza total. Una de ellas muestra la circunstancia del profesor que ha preferido abandonar la docencia para convertirse en conductor de metro a causa de los bajos sueldos que ofrece es Estado. También Zambra se vale de mise en abyme para evidenciar las trampas de la institución, en las que es más fácil convertirse en usurpador o hacer trampa, antes que volverse un individuo que puede pensar por sí mismo: “A ustedes no los educaron, los entrenaron”, sentencia una de las cuatro posibles respuestas del cuadernillo, en realidad, la única respuesta.
Conforme avanza el libro, se van descubriendo otros temas que no son infrecuentes en obras previas del autor, me refiero a la familia, la religión, la vida en pareja y otros cuestionamientos existenciales con los que se puede identificar cualquiera que se encuentre cercano a la cultura Latinoamericana.
Sin embargo, no falta el aspecto humorístico, y entre líneas se pueden encontrar también las más variopintas referencias culturales que pasan por personajes como Paquita la del Barrio, Groucho Marx o Los Tigres del Norte.

Algunas de las preguntas que lanza el libro indirectamente van encausadas a la posibilidad de ser otro partir de decisiones que han sido establecidas como un muss sein en casi toda sociedad: ¿seríamos más felices sin el matrimonio?, ¿sin un hijo?, y en un momento uno de los personajes compara incluso su paternidad con el hecho de poseer una mascota. Con un golpe certero y directo, Zambra desmiembra el ideal de la familia a modo de carta de confesión, en la que un padre se sincera con su hijo y confiesa que hubiera sido más feliz sin él. Pero en lo que podría ser un acto de egoísmo en realidad se revela un espíritu de rebeldía al que poco a poco las nuevas generaciones se van sumando, y este espíritu podría ser el signo bajo el cual se distingue el nuevo libro de Zambra. La apuesta es por una sociedad en la que la verdad ya no se confunde con cinismo.

Las horas muertas

15 mayo 2015


Aún no amanece aunque el cielo ha clareado lo suficiente para no pertenecer al terreno de la noche. Los ojos están bien acostumbrados a la penumbra y al brillo que cada calada de cigarro ofrece alrededor. Recuerdo. Siento. Me es imposible recordar el momento preciso en el que fui consciente de las horas muertas, pero imagino que fue cerca de la adolescencia, ese punto intermedio, exactamente igual a éste en el que me encuentro aferrada a la ventana. Aferrada a la nada.
¿Es posible concebir la muerte como parte de algo tan abstracto como el tiempo?, jamás lo había considerado. Pero no veo por qué no pueda hablarse del entierro de un instante. Algo mejor aún que el olvido, el cual es con frecuencia traicionero, te acuchilla a la menor provocación a partir del resto de tus sentidos.
Pero las horas muertas están condenadas a un destino fatal. Tan intrascendentes ellas que han sido comparadas al aburrimiento y los instantes más insignificantes del día. Sin embargo yo creo que si hablamos de muerte, debemos ser más ceremoniosos con ellas y su naturaleza. Hace frío. Quisiera poder asir este instante en la boca y no dejar escapar ni un fragmento, morderlo y sangrarlo si fuera necesario. Porque para las horas muertas también hace falta convertirse en asesino. Hace falta morirse un poquito con ellas. Hace falta querer ser también un tiempo muerto dentro de las vidas ajenas.

 
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