Las horas muertas

15 mayo 2015


Aún no amanece aunque el cielo ha clareado lo suficiente para no pertenecer al terreno de la noche. Los ojos están bien acostumbrados a la penumbra y al brillo que cada calada de cigarro ofrece alrededor. Recuerdo. Siento. Me es imposible recordar el momento preciso en el que fui consciente de las horas muertas, pero imagino que fue cerca de la adolescencia, ese punto intermedio, exactamente igual a éste en el que me encuentro aferrada a la ventana. Aferrada a la nada.
¿Es posible concebir la muerte como parte de algo tan abstracto como el tiempo?, jamás lo había considerado. Pero no veo por qué no pueda hablarse del entierro de un instante. Algo mejor aún que el olvido, el cual es con frecuencia traicionero, te acuchilla a la menor provocación a partir del resto de tus sentidos.
Pero las horas muertas están condenadas a un destino fatal. Tan intrascendentes ellas que han sido comparadas al aburrimiento y los instantes más insignificantes del día. Sin embargo yo creo que si hablamos de muerte, debemos ser más ceremoniosos con ellas y su naturaleza. Hace frío. Quisiera poder asir este instante en la boca y no dejar escapar ni un fragmento, morderlo y sangrarlo si fuera necesario. Porque para las horas muertas también hace falta convertirse en asesino. Hace falta morirse un poquito con ellas. Hace falta querer ser también un tiempo muerto dentro de las vidas ajenas.

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