10 noviembre 2015

Un buen día para cometer un error

Nos miramos fijamente a través de los vasos y decidimos no pronunciar palabras, o al menos ese había sido el plan. 
Antes de entrar quisimos jugar al silencio; a comunicarnos guiados por la azarosa cadencia. El bar estaba tibio y la música inundaba el lugar; su arrullo era una forma de matarnos despacio.
Luego las bocas juguetearon a la serpiente voraz. Nos rasgamos el cuerpo con los ojos llenos de sangre, las venas dilatadas y la imaginación turbia.
Cuando salimos de ahí parecía un buen día para cometer un error.

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