Hace unos días tuve que jubilar a mi querido paraguas con
funda de conejo y me sorprendí de lo triste que me quedé cuando lo dejé al lado
del bote de basura, porque al final, cada uno de los objetos que poseemos guardan
una parte de nosotros porque representan vivencias que no volverán. Y todo se
resume en la imposibilidad de soltar, en mi imposibilidad de soltar.
Recuerdo que compré ese paraguas en una sucursal de Zara; estaba al lado de la caja junto con diferentes modelos y me encantó.
Con él pasé cerca de 5 años, lo que ya representa una vida bastante larga para estos objetos, y debo reconocer que estuve a punto de perderlo en múltiples ocasiones, pero sobrevivió siempre.
Me acompañó durante fiestas de verano que terminaban hasta la madrugada, y estuvo ahí para presenciar la historia de mis [des]amores, aun cuando era demasiado pequeño para protegernos a ambos de la lluvia. Estuvo conmigo la noche en que me dirigía decidid a ver a mi última pareja para decirle que las cosas habían terminado, aunque ese no haya sido precisamente nuestro final.
Lo curioso es que tampoco capaz de tirarlo al bote de basura, simplemente lo dejé a un costado y anoche que volví a casa y entré a mi cuarto, me di cuenta de que alguien había hecho “el trabajo sucio”, me dolió no haber sido yo y pensar que no tuve el valor. Pero a veces necesitamos de ese alguien que nos dé un empujón para decir adiós aunque eso implique quedarnos un rato bajo la lluvia.
Recuerdo que compré ese paraguas en una sucursal de Zara; estaba al lado de la caja junto con diferentes modelos y me encantó.
Con él pasé cerca de 5 años, lo que ya representa una vida bastante larga para estos objetos, y debo reconocer que estuve a punto de perderlo en múltiples ocasiones, pero sobrevivió siempre.
Me acompañó durante fiestas de verano que terminaban hasta la madrugada, y estuvo ahí para presenciar la historia de mis [des]amores, aun cuando era demasiado pequeño para protegernos a ambos de la lluvia. Estuvo conmigo la noche en que me dirigía decidid a ver a mi última pareja para decirle que las cosas habían terminado, aunque ese no haya sido precisamente nuestro final.
Lo curioso es que tampoco capaz de tirarlo al bote de basura, simplemente lo dejé a un costado y anoche que volví a casa y entré a mi cuarto, me di cuenta de que alguien había hecho “el trabajo sucio”, me dolió no haber sido yo y pensar que no tuve el valor. Pero a veces necesitamos de ese alguien que nos dé un empujón para decir adiós aunque eso implique quedarnos un rato bajo la lluvia.
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