Hace unos días alguien me dijo
que atraemos lo que somos y no he dejado de pensar en esa frase. Claro que es
truculenta y engañosa, especialmente porque no se puede etiquetar a la gente;
la personalidad es algo tan complejo y delicado que a veces uno mismo es
incapaz de dar un “fiel” retrato de sí mismo. Pienso en ello con la cabeza
llena de recuerdos amontonados.
A partir de esa afirmación un tanto arbitraria quise hacer una lista de recuerdos sin orden cronológico, igualmente arbitraria, o no tanto.
A partir de esa afirmación un tanto arbitraria quise hacer una lista de recuerdos sin orden cronológico, igualmente arbitraria, o no tanto.
Alguna vez caminé con E. por
calles de Balderas como detectives salvajes en busca de historias. Hicimos del
centro nuestro refugio contra el mundo y la realidad de crecer, porque “en
aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen” como decía Bolaño. Sin embargo,
quedó más grabada en mi recuerdo una tarde en que compartimos malteadas y
charlas de libros. En calle Madero el viento nos daba en la cara y movía las
hojas de “El libro vacío” de Josefina Vicens que intentaba leerle en medio de
la multitud. Después nos besamos y sonreímos por la complicidad que no nos
abandonaría.
Una tarde de enero M. y yo nos
levantamos temprano; la idea era hacer un picnic en algún punto de la ciudad
que nos hiciera sentir lejos. Y lo hicimos. Nos fuimos lejos y recorrimos un
bosque, cruzamos un río y creímos que al caer la noche el día terminaría con una
dulce despedida, pero no. Terminamos por azares del destino en casa de un
italiano que nos improvisó una de las cenas más deliciosas que he probado. Y sí
tuvimos nuestra despedida, pero no aquella noche.
Una noche llegué con alguien a un
punto de comunicación que rayaba en la inconsciencia. Sé que aprendí de mí
tanto como lo hizo el otro y por un momento pensé que habíamos encontrado una
nueva forma de darle vuelta al lenguaje. Al final todo se diluyó sin palabras,
o a causa de las mismas, depende de cuál sea el ánimo con el que se recuerde
esa historia.
Guanajuato es una ciudad que
vuelve a mí con el tiempo, o yo vuelvo a ella, aún no lo sé. En aquellos años
hubiera tirado la cordura por la borda para encontrar el misterio; hoy no. Y
descubrí el misterio en una esquina. G. era mayor que yo y bebimos en el bar “Los
lobos”, donde conocí a los Beastie boys. Su abrazo fue suave. Hablamos toda la
noche y supe que una parte de mí pertenecería a esa ciudad para siempre.
X. y yo no fuimos criados por
familias particularmente religiosas, sin embargo, hubo un punto de nuestra vida
en la que un anillo tuvo un valor casi sacro. La luna levantaba la marea
embravecida de Oaxaca y el calor arrullaba nuestros deseos de hacer del amor
algo más tangible que todo lo que nos rodeaba. Pasamos buena parte de la noche
mirando el vaivén de las olas con la firme convicción de cumplir nuestras promesas.
No las hemos roto en los más de diez años que hemos compartido.
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ResponderBorrarLeí tu blog. No pude evitarlo. A partir de una afirmación “uno tanto arbitraria” haz hecho una lista de recuerdos “igualmente arbitraria, o no tanto”. Un recuerdo por amante. E., M., G., X. y yo. Cada uno de ellos representado por su inicial. Yo, en cambio, soy el único cuya identidad está del todo omitida. No existe la I.
ResponderBorrarAlguna noche te dije que yo quería ser un protagonista en tu diario. Que quería romper paradigmas y mostrarte la voluptuosidad de amar y ser amada. Hace dos meses que dejamos de ser una posibilidad. En ese tiempo tu blog ha seguido actualizándose. Viñetas azarosas, algún poema de Fernando Del Paso o traducciones de canciones. Nada sobre mí, sobre nosotros. Pero hoy, hoy al fin has escrito algo. Y para mi decepción estoy sepultado entre los recuerdos de los otros, de los que me precedieron. Peor aún, me has negado mi nombre.
Al final, parece ser que para ti yo no soy Israel. Soy “el otro”, soy un simple y olvidable “alguien”. Soy el espejismo que dura “un momento”. Soy la corta historia que cambia según “el ánimo con que se recuerde”.