Tenía la mirada perdida cuando lo encontraron, parecía haber
olvidado para siempre su capacidad comunicativa. Felipe lo miró con cierta
lástima desde el otro lado del vidrio mientras terminaba de llenar la
constancia de que era su familiar y demás trámite burocrático.
–Oiga como que el joven está cucú ¿no? –preguntó
estúpidamente uno de los oficiales a cargo de su cuidado las últimas cuatro
horas mientras le daba una mordida a la torta de chorizo que le había pintado
de rojo la comisura del labio derecho.
Felipe hizo apenas un movimiento de cabeza seguido de un
gemido ininteligible para que el hombre no le hablara más.
Mientras el joven, al otro lado de la habitación se
remonataba a su infancia, pero sobre todo pensaba en su madre, en las grandes
mejillas rojas.
Felipe terminó de leer en informe que le comunicaba que su
primo había sido encontrado desnudo en un callejón cerca de la plaza de la
capital, no sabía su nombre y apenas respondía con la mirada a quien le
hablaba. Pero ¿qué le podía haber pasado en ese viajeí? Sólo Dios sabrá...se decía.
A veces parece impensable que una madre pueda hacer las del
diablo.
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