He terminado por acostumbrarme a las renuncias, más por
imposición que por convicción. Sin embargo, algunas ocasiones, escasas, en que el
humo de la noche me impide el sueño, recuerdo. Los recuerdo a todos ellos, con
sus ojos coloridos ante la promesa de lo que iba a ser el futuro. Recuerdo mis
propios ojos. Y olvido que hubo una época en la que todos juntos pensamos que
el cambio sería más radical pero menos definitivo. Supusimos un final más
doloroso y menos permanente. No escuchamos a Cioran cuando decía que lo que nos
hiere y transforma no son los grandes eventos sino esos pequeños actos que
forman parte de lo cotidiano.
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