Escuché algo que me gustó y con lo que me
sentí identificada: “a ti no te gustan las bromas porque son mentiras; eres
mala en ellas porque te riges por la verdad”. Es cierto, siempre he sido mala
con las bromas y generalmente las personas terminan diciéndome: “no te lo tomes
tan en serio, era broma”, pero siempre me ha costado mucho trabajo entender e
interpretarlas; para mí las palabras están muy cerca de lo sacro, y jugar con
ellas es algo con lo que suelo tener muchísimo cuidado, por eso es difícil comprender
la forma en que otros lo hacen. No los culpo ni creo que hagan mal, pero mi
realidad se mueve de manera completamente diferente.
Hace un par de meses salí con alguien de quien estuve cerca de enamorarme;
irónicamente lo que me gustaba, sin saberlo, era la facilidad que tenía para
mentir, lo hacía con la convicción de quien se entrega a un juicio sin temor.
No es que fueran mentiras graves, en realidad todo para él formaba parte de un
juego, pero ya he dicho que soy mala en ello, y ¿qué no es la mentira una broma
del intelecto hacia el mundo?, porque para saber mentir bien también es
necesario hacer uso de la inteligencia, de lo contrario el juego pierde valor.
Me encanta reír, y rara vez lo consigo, no pretendo hacerme la interesante con
tal afirmación, al contrario, me siento mal de no poder hacerlo con la
frecuencia que otras personas. También me encanta jugar, pero no ser el
instrumento, eso, me temo, termina siendo una terrible broma para cualquiera.
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