El tiempo pasa rápido cuando te mantienes ocupado. Esta es
la primera entrada de 2017 y ya estamos en la segunda quincena de enero, pero
no me arrepiento, la verdad, me he dedicado a hacer cosas que me apasionan y
regresé a la vida como fénix tras un atropellado 2016.
Tenía más de tres años que no tomaba vacaciones, así que a la primera
oportunidad me compré un boleto a Oaxaca y me fui a conocer lugares nuevos,
especialmente aquellos que están dentro de mí. Cuando pienso en viajes no puedo
evitar recordar mis clases de literatura de la Facultad y asociarlos con Jorge
Semprún, Schlegel, y muchísimos otros,
incluso con Bolaño, de quien realicé mi tesis de licenciatura. Sus personajes,
de una u otra forme emprenden viajes transformativos y el destino es sólo un
pretexto para hablar de cosas más grandes que viven generalmente escondidas
dentro de nosotros y que, erróneamente solemos denominar como monstruos o
demonios. Creo que no todos estamos hechos para viajar solos, y no tiene nada
de malo, pero a mí me sirvió mucho para barrer un poco del polvo que se había
acumulado en diferentes partes de mi cuerpo. A veces, una idea recurrente puede
generar telerañas en la cabeza a base de sólo utilizar cierta parte de la imaginación
y olvidar que hay otras funciones en esa maquinaria maravillosa; el corazón se
fatiga de latir al mismo ritmo y no le damos permiso de estirarse para florecer
en otras direcciones; el estómago se llena de piedras y los intestinos se
enredan.
Oaxaca se convirtió en mi amante pasajera y se abrió a mí completamente,
dispuesta a enamorarme y a dejarse enamorar por mí; recorrí sus calles de noche
y bebí de sus bares; me dejé acariciar por sus montañas y dejé al viento
besarme las mejillas; sus aguas limpiaron mis heridas y su comida desenredó mis
entrañas. Estoy segura de que volveré y nos reconoceremos como se reconocen
para siempre los verdaderos amantes.
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