Ocurre con frecuencia que la vida pasa sin que advirtamos lo
que ocurre alrededor. Para mí comenzó en abril pasado. Conseguí un nuevo empleo
con mejores oportunidades del que había tenido previamente y creí que todo lo
que había sido un revoltijo se acomodaría casi de manera automática; primer
error. Lo que ocurrió, sin embargo, fue casi lo contrario.
Los trabajos de oficina tienen un efecto parecido al que
aparece en los casinos, o en una referencia más culta, al que existía para
Perseo al entrar en el territorio de los lotófagos, bastante bien mezclado en
la película Percy Jackson y el ladrón del rayo: el tiempo se detiene. He pasado
medio año en este lugar y siento que fue hace apenas un par de semanas que fui
contratada.
No todo ha sido malo, por supuesto, pues he conocido a
personas maravillosas aquí y casi me he hermanado con un par. Pero lo cierto es
que la desconexión ha sido total. Mi vida es completamente diferente y a veces
me acecha una sensación de desesperación y cansancio que sólo ha sido posible
evitar gracias a la lectura de autores que siempre me han cobijado, suena
cursi, pero es verdad, ellos y la música son una salvación para momentos así.
Las noches se hacen más cortas y el sueño llega con
facilidad, pero las cosas cambian y te llevan consigo. No me enorgullece
reconocer que he sido víctima de la inercia y he tomado decisiones que en otro
momento probablemente hubieran sido impensables. Pero la vida siempre se encarga
de que haya alguien afuera para darte una patada cósmica y en vez de deprimirte
(o al menos no sólo eso), te ayude a darte cuenta que ése, el camino que
intentabas seguir y al que te aferrabas con cierta ilusión, no era más que eso,
ilusión.
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