«I once told a friend that nothing really
ends, no one can prove it»
Anoche leía el blog de una vieja amiga que me dejó pensando en la despedida que
tuvimos hace, me parece, dos o tres años. En su escrito menciona que fue tan
amarga que hubiera deseado borrarla, y lo cierto es que para mí tampoco fue una
situación fácil de llevar.
Es curioso, cuando tienes años de conocer
a una persona, lo torcido que se puede volver el nivel de confianza que se adquiere, con la capacidad de hacer daño sin pensar en las
consecuencias; incluso cuando ese daño pasa, aparentemente, inadvertido.
A veces pienso en ella y en las extrañas
circunstancias en las conocimos, yo era en ese entonces muy joven y los 5 años
que nos separan sí hacían diferencia, de ahí que a lo largo de nuestra amistad
sintiera en ella una especie de hermana mayor, de amiga, de confidente,
probablemente no encuentre algo así en el futuro, y es que los años que
compartimos juntas fueron formativos y determinantes en quien soy ahora.
Sé que le hice daño, sé que dije cosas
duras e hirientes, por lo que no sería capaz de buscar su perdón. A la
distancia me parece que aquello que dije, más que ser un intento de lastimar,
era un intento por crear un shock transformativo; un estruendo que pudiera
sacarnos de la inercia en la que ambas estábamos inmersas. Probablemente a nadie
se lo parecería, pero eso ya tampoco es importante.
Me da gusto saber que ahora es más feliz,
ya que la vida moderna no nos aleja del todo y sé que está haciendo cosas
diferentes que la satisfacen. M. y yo siempre tuvimos una relación muy musical,
como casi siempre la tengo con mis amigos cercanos, creo que tiene razón cuando
dice que no existen los finales definitivos, y probablemente Tom Barman lo
expresa mejor que nosotros, ojalá las dos seamos más valientes, es el deseo más
amoroso que puedo tener.
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