En nuestras cabezas podría haber sonado
el ya tan conocido, –incluso fastidioso– silbido de Peter Bjorn and John. No
importa que estuviéramos a la mitad entre la verdadera adultez y aquellos años en que lo más importante era no
preocuparse por que la lluvia nos empapara, porque por alguna extraña razón la
mayoría de nuestros encuentros habían ocurrido en medio de la temporada de
lluvias.
Recuerdo que una ocasión frente al centro me había soltado una de esas frases que han formado un compendio inconexo y hermoso de significados que no intento ya descifrar. Recuerdo que esa tarde fui feliz después de tomar la malteada más cara de mi vida y escucharlo hablar como pocas veces antes había sucedido.
Mi vida se precipita hoy, inconexa también como sus frases. Su voz no deja de decirme en un viaje de vuelta a casa, entre el olor de cigarro reposado en la lengua y una promesa sin cumplir: Puedo sentir tu sangre.
Recuerdo que una ocasión frente al centro me había soltado una de esas frases que han formado un compendio inconexo y hermoso de significados que no intento ya descifrar. Recuerdo que esa tarde fui feliz después de tomar la malteada más cara de mi vida y escucharlo hablar como pocas veces antes había sucedido.
Mi vida se precipita hoy, inconexa también como sus frases. Su voz no deja de decirme en un viaje de vuelta a casa, entre el olor de cigarro reposado en la lengua y una promesa sin cumplir: Puedo sentir tu sangre.
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