Cadáver

23 febrero 2014


Me lo robo del blog de Ese Carlos, escrito hace un par de semanas:

Ella odiaba el humo, las canciones falsamente tristes, el sexo mal enfrentado, la mediocridad de las pasiones/
Reflejada en los ojos de ambos, que gritaban como dos niños perdidos en medio del silencio y la arena/
Cada que permitía la invasión de algún extraño en su vida, sentía la boca seca, el deseo y el hambre, el ligero odio de sí misma en forma de autocompasión/
Era inservible ya para nosotros, porque, al final, poco importaba desvanecerse, sino arder una y otra vez/
Sin embargo, la risa llegaba puntual todos los días. La ironía aún la salvaba, sembraba en ella la malicia necesaria para fingirse un poco feliz/
A mí me importaba poco ya toda relación con las emociones humanas. Había creado una inmunidad comparable con el capullo: ailsado, caliente... efímero/
Un signo de puntuación apenas, yo, una pausa en la semana. Tal vez un paréntesis donde la ilusión estaba permitida, aunque al otro día ella intentara no pensar más en ello/
Lo lograba siempre, pero la imparcialidad me ha enseñado que yo mismo soy un hombre incompleto, me gusta, en realidad, aferrarme a esa idea/

C. / Y.

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