Algunos apuntes personales sobre el 2014

26 diciembre 2014


Nunca he sido buena haciendo listas, especialmente porque no suelo llevar la cuenta de las cosas que voy haciendo durante el año. Sin embargo, el 2014 ha sido suficiente generoso conmigo para tenerlo en cuenta.
A principio de año me titulé y aunque mucha gente lo ve como un logro menor, todo el proceso burocrático debería hacer que ganes un premio o varios de acuerdo a cada etapa, ya que escribir la tesis es en realidad la parte menos conflictiva o lo fue para mí. Por abril cumplí 25 años y el 5 siempre ha sido un número que me encanta fetichizar, de ahí que le ponga buena cara de entrada al 2015. Leí mucho más por gusto que por obligación y menos en general, cosa que también me hizo sentir contenta conmigo ya que me di tiempo de hacer otro tipo de cosas. Algunos de los títulos que recuerdo son los siguientes, o se que por algún motivo permanecieron y eso es importante:


El matrimonio de los peces rojos, Guadalupe Nettel
La sociedad Juliette, Sasha Grey
Los hermanos Karamazov, Dostoyevski
El vino de la juventud, John Fante
Papeles falsos, Valeria Luiselli
El monstruo de París y otros relatos, Marie-Luise Scherer
Cuentos completos, Clarice Lispector
Y por ahora leo a Francisco Tario y a Roberto Artl

En cuanto a conciertos, creo que este año estuvo bajo pues únicamente recuerdo el de QOTSA y lamenté no ver nuevamente a Jake Bugg.
Por otro lado el terreno profesional se puso interesante, ya que exploré nuevos terrenos y dejé un poco la aburrida dinámica que llevé casi toda la primera mitad del año. Es posible que ese cambio se prolongue hasta el 2015 y quién sabe, puede dar buenas sorpresas. Pasé a 5º nivel de Francés y me siento muy satisfecha.

Volví a escribir en este blog que ya casi nadie, o nadie, lee, pero que decidí continuar para mí y aunque no he sido muy constante, por lo menos no ha muerto.

En un aspecto personal también la he pasado bien, es decir; ha habido muchos cambios que han llevado y traído gente. Considero que siempre y cuando haya movimiento, las cosas se acomodarán. Algunas veces creo que con el tiempo uno se vuelve un poco duro, pero también creo que debemos serle fieles a nuestra ideología a pesar de todo. Sin duda eso nos traerá algunas dificultades, pero es lo de menos. X y yo nos encontramos en un excelente momento juntos y es mucho más de lo que podría haber pedido en ese sentido y dadas las circunstancias que hemos atravesado los últimos años. He encontrado buenas amistades en donde nunca hubiera imaginado y muchas amistades a las que les hubiera augurado gran salud se han desvanecido sin hacer ruido.

Para cerrar el año, he estado más cerca de mi familia y es algo bueno. A mediados de año la pasamos difícil pero como dije, todo en movimiento ha sabido tomar nuevamente su rumbo, aunque no sea el mismo. Y ¡ya te coche!, si todo sale bien, dentro de unos tres meses estaré escribiendo de lo buena o mala conductora que seré.
2014 te despido con afecto y gratitud como despedimos a todas las cosas que nos dan un empujón para definirnos y delinearnos un poquito mejor.

Espero que el 2014 también haya pintado lindo para ti, lector.

Papeles Falsos

06 julio 2014

"En su libro sobre Venecia, Marca de agua, Brodsky escribe: «Por naturaleza inanimados, los espejos de los cuartos de hotel son aún más opacos, a fuerza de haber visto a tantos. Lo que te devuelven no es tu identidad sino tu anonimato». De una forma laxamente paradójica, el anonimato es una característica de la ausencia: es la ausencia de características. Un rostro joven es anónimo; está vacío de expresiones y de rasgos que lo identifican y nombran. A medida que envejece, adquiere las huellas que lo distinguen de los demás. Una cara que se va arrugando es cada vez menos anónima. Pero mientras un rostro envejece y adquiere mayor definición, se expone, al mismo tiempo, a más y más miradas de desconocidos –o, para seguir con la imagen de Brodsky, a más espejos de cuartos de hotel por donde han pasado tantos reflejos que todos devuelven al mismo semblante, desecho, como sus camas desechas."

Valeria Luiselli


La bestia de París y otros relatos de Marie-Luise Scherer

No es poco frecuente ni nuevo el entusiasmo que produce París en espíritus de diversa naturaleza y que ha, además, inspirado un sinnúmero de obras a lo largo del tiempo. La bestia de París, de la periodista Marie-Luise Scherer (Saarbruücken, 1938) es ejemplo de ello. La ex redactora de la revista alemana Der Spiegel desborda a lo largo de los cuatro textos que conforman el libro, maestría en el arte de la crónica periodística, de tal modo que como lector llega a surgir la duda sobre si los minuciosos detalles han surgido de una exhaustiva investigación periodística o de la prodigiosa imaginación de Scherer.

El primer relato, que da nombre al libro, nos sitúa en diferentes escenas del crimen de los años ochenta, década en la que Thierry Paulin, originario de Martinica, y su cómplice y amante Jean-Thierry Mathurin desatan una oleada de asesinatos en diversos barrios parisinos llevados a cabo de 1984 a 1986. El monstruo de Montmatre, como también se le conocía a Paulin, es una de las personalidades más fascinantes que, frente a los ojos de Scherer, se convierte en poco más que un ejemplo de quien buscaba desfogar a través de la moda y el dinero un alma consumida por la enfermedad y el resentimiento. “Paulin incrementa el júbilo general, al confesar siete de los asesinatos a lo largo de la hora siguiente. Debe haber disfrutado mucho el  sentirse tan solicitado, pues describe los hechos con actitud de experto. Las torturas, los actos sádicos, todo lo que había ido más allá del acto de asesinar en sí, se lo achacó a su cómplice…”.

El último surrealista es una revisió hecha a partir de una de las últimas entrevistas realizadas al poeta Philippe Soupault y, posiblemente la última en la que era capaz de hablar con fluidez, a causa de una intervención quirúrgica de la cuerdas vocales. Él, quien asentó junto a Bretón los precedentes del surrealismo literario, rememora anécdotas, como su extraña amistad con Proust o las bien sabidas actitudes tiránicas que practicaba Bretón frente al grupo, e incluso la muerte de Apollinaire, quien quizá creyó al final de su vida, que tras el armisticio del 11 de noviembre de 1918, los parisinos en las calles gritaban «A bas Guillaume!», refiriéndose a él y no al káiser alemán.

En Cosas sobre monsieur Proust, la autora se adentra en el universo de una aristocracia venida a menos durante los ochenta, mientras se rodaba una adaptación de, En busca del tiempo perdido bajo la dirección de Volker Schlöndorff. En ella conviven los herederos de algunos personajes que utilizó un enfermizo y obsesivo Marcel Proust para inmortalizar en su obra. En el relato desfilan por igual actores de la talla de Alain Delon, Ornella Muti, Jeremy Irons, así como adinerados estadounidenses como Anna Gould o los descendientes Rothschild. Anécdotas de su vieja ama de llaves, nonagenaria para aquél entonces, también conforman un sólido retrato del extravagante Proust.

Finalmente, la crónica titulada Grititos de reencuentro es una invitación a las pasarelas anuales de la moda llevadas a cabo en París. Sobre las envidias y juegos enmascarados que pueden encontrarse entre los editores de las revistas que dictan lo que está en boga y lo que no. Este último texto es, quizá, el menos intimista y, probablemente realizado así de forma alevosa debido al hecho de que la moda nos convierte en uno más; es una vorágine febril y efímera semejante a la que experimentaron Arturo Cova y su amante en aquella obra del colombiano José Eutasio Rivera: “Grititos de reencuentro, prêt-a-porter en París. Por encima de todos los saludos se escuchan las voces de contralto de las italianas; en cada mejilla lanzada al aire, mientras la mirada de los que besan y de los que son besados ya se fija en otra parte; el gesto de asentimiento sonriente, a la espera de la sonrisa de respuesta, diciendo hacia un lado: «¡Menuda arpía!»...”.


Es así que Marie-Luise Scherer nos deja una probada de París y sus historias, de sus antiguos personajes hasta los más actuales. Sus textos reunidos en este libro dan brillo al verso del poeta modernista Gilberto Owen que dice «París cumple en tu rostro quince años». De la más fina aristocracia, hasta los asesinos de origen más llano cohabitan en sus páginas.
Scherer ha sido galardonada en múltiples ocasiones, como reportera con el Premio Egon Erwin Kisch, el Premio Ludwig Börne, entre otros.

Las fiestas

27 abril 2014



Me gustan las fiestas, pero me gustan cada vez menos. No sé por qué.
Quizá sea una señal de que algo no va bien entre la gente de mi generación y yo. Y aunque disfruto de las charlas y la compañía de gente que suelo ver en ellas, siempre, o casi siempre me queda un mal sabor de boca, como si algo hubiera salido mal, como si algo se hubiese podrido.
Definitivamente soy del tipo de persona que prefiere salir de a dos.

Instantes del horror [1]: El inocente

30 marzo 2014


Doy por inaugurada, oficialmente, esta nueva sección que es en realidad un ejercicio del puente que crea la ficción con respecto a la imagen, esta segunda, cabe mencionar, no es elegida por mí, yo sólo me encargo de la parte escrita. Lleva por nombre Instantes del horror. A ver qué tal.

El inocente

–¿Qué vamos a hacer con él? –preguntaba una voz áspera, al tiempo que escupía sobre la ventana del auto que corría atora velocidad sobre Insurgentes.

–Nosotros, nada. A mí sólo me dijeron que lo trasladáramos hasta ese pinche lugar. Alguien nos tiene que encontrar y pasarnos el dinero –respondió otra voz chillona que venía del lado de copiloto.

Mientras tanto, en el asiento trasero, se encontraba Pablo, un físico culturista que entre cada semáforo intentaba despertar del todo, con dificultad. No sentía miedo, porque apenas era consciente de sí mismo. Lo último que recordaba es estar en el baño del estudio de aquél fotógrafo encargado de la portada de la nueva revista en donde él era la estrella. Recordaba, casi a la velocidad con la que el auto se deslizaba sobre la avenida, a instantes y como si se tratara de una fotografía barrida, estar acomodándose el traje para la siguiente sesión fotográfica que consistía en una trusa negra y una capa de súper héroe.



El gimnasio se encontraba lejos del centro de la ciudad, era amplio y silencioso, pues las casas alrededor mantenían amplia distancia entre sí. La corrupción siempre valora la intimidad. Francisco y Moises se habían conocido durante la preparatoria y pronto descubrieron un oscuro placer compartido, que se fue haciendo cada vez más complejo. Al principio les gustaba simplemente observar a los hombres de Zona rosa bailar en cualquiera de los antros que por ahí abundan. Y era terrible que con el tiempo no pudieran saciar su gozo, no se bastaban entre sí.

El auto se detuvo enfrente del edificio y Pablo, quien en todo momento tuvo los ojos vendados, escuchó el hacer intercambio de dinero con rapidez. Y no le disgustó sentirse como un pedazo de carne que pasa de un lado a otro en medio de la noche silenciosa.
Tenía frío y su cuerpo pegajoso, aún untado con aceite para las fotografías que no le llegaron a tomar, se contraía entre breves espasmos.
Una voz lo condujo a través de largos pasillos hasta que lo dejaron de pie, bajo la amenaza.

– Si, intentas escapar o das un movimiento que nos ponga nerviosos, esta amiga se activa. Y en realidad no es necesario, sólo queremos mirarte un rato –dijo otra voz, mientras escuchaba el ruido del gatillo.

A Pablo le sorprendió lo reconfortante de aquella voz. Le extrañaba la familiaridad y calidez que sentía de estar desnudo frente a dos desconocidos. Quizá, pensó, esta experiencia le estaba revelando un lado suyo que jamás había explorado. Así que se dejó ir. No abrió la boca ni una sola vez y obedeció a las extrañas solicitudes de sus captores.

–Enséñame los pies…déjame tocarlos… – y una lengua caliente le recorrió los dedos de los pies.

Pablo jamás había experimentado tanto placer. De pronto su cuerpo le pareció un absurdo instrumento. Lo imperativo de los requerimientos lo hicieron pensar en el tiempo que había desperdiciado en cogidas fáciles, en noches enteras frente a la computadora intentando encontrar un sitio porno a la altura de sus necesidades. Sin éxito.

– Quiero verte bailar... –insistía la voz a su espalda. Y Pablo obedecía, frotándose los muslos húmedos y pegajosos, pues su cuerpo entero chorreaba saldas gotas. Lo disfrutaba y no podía evitar sentir como su miembro se erguía, duro y poderoso mientras una segunda persona lo tomaba del brazo. Pablo tomó una bocanada de aire antes del disparo le cerrara los ojos de manera definitiva.

A veces el crimen sólo necesita un fotógrafo avaro para entregar a un inocente. Que al inocente le gustara, fue un plus.



De la escritura

18 marzo 2014



Cuando pienso en literatura, es decir, en hacerla, no puedo dejar de lado la idea de la sangre. Un idea obsesiva que no puedo sacarme de la cabeza. Es una idea virulenta que se relaciona con la forma en la que el lenguaje nos puede violentar de las maneras más inimaginables.
De cierto modo, escribir un cuento, un poema, un ensayo, etc., es desangrarse ante la mirada minuciosa de quien lee. Te deja a merced de quien te atiende y de quien te ignora. Es un suicidio elidido por la aparente inocencia de un montón de signos desperdigados.

Cacería

25 febrero 2014

Avanzo
y detrás caen mis pasos
como pájaros heridos.

Nos revolcamos
en las sábanas mojadas
para tocarnos
con las palmas rojas y encendidas
del recuerdo dormido.

Tres disparos perdidos en el cielo compartido
y aún no amanece.

Cadáver

23 febrero 2014


Me lo robo del blog de Ese Carlos, escrito hace un par de semanas:

Ella odiaba el humo, las canciones falsamente tristes, el sexo mal enfrentado, la mediocridad de las pasiones/
Reflejada en los ojos de ambos, que gritaban como dos niños perdidos en medio del silencio y la arena/
Cada que permitía la invasión de algún extraño en su vida, sentía la boca seca, el deseo y el hambre, el ligero odio de sí misma en forma de autocompasión/
Era inservible ya para nosotros, porque, al final, poco importaba desvanecerse, sino arder una y otra vez/
Sin embargo, la risa llegaba puntual todos los días. La ironía aún la salvaba, sembraba en ella la malicia necesaria para fingirse un poco feliz/
A mí me importaba poco ya toda relación con las emociones humanas. Había creado una inmunidad comparable con el capullo: ailsado, caliente... efímero/
Un signo de puntuación apenas, yo, una pausa en la semana. Tal vez un paréntesis donde la ilusión estaba permitida, aunque al otro día ella intentara no pensar más en ello/
Lo lograba siempre, pero la imparcialidad me ha enseñado que yo mismo soy un hombre incompleto, me gusta, en realidad, aferrarme a esa idea/

C. / Y.

Experiencia estética


Sólo una vez en la vida he sentido el éxtasis de la experiencia estética. Me ocurrió al ver una pintura de Liepke, ésta:


Fueron los ojos, quizá, indefinidos entre el goce y el dolor, o quizá la boca que prometía al tiempo que imploraba. No lo sé.

Y hace poco me encontré con un cuento que habla sobre los límites de dicha experiencia, "Blanco y rojo" y Bernardo Couto Castillo, escritor modernista. No puedo más que venir y compartirlo. Que lo disfruten!

BLANCO Y ROJO

Alfonso Castro, escribía por última vez, en su prisión. He aquí el interesante manuscrito:

“De los labios rojizos de un hombre de ley, un cualquiera con mirada vulgar y barba descuidada, ha caído lenta, pesada, mi sentencia de muerte.
“En otros tiempos, cuando la enfermedad o el fastidio me tiraban en la cama, he pasado algunos ratos preguntándome cuál sería mi fin; mis ojos se abrían con toda la penetración que me era posible darles, queriendo romper lo impenetrable, escudriñar y distinguir alo del momento definitivo que lo futuro me reservaba. Las dos muertes que yo veía con más probables eran, o bien un duelo buscado estúpidamente, o bien una bala alojada en mi cerebro por mi propia mano. La justicia, más precavida y dudando tal vez de mi buena puntería, ha venido ha evitarme ese trabajo: en vez de una bala serían cinco.
“Durante el proceso –ruidoso y concurrido como no lo fue nunca un estreno- apenas si he tratado de defenderme. He oído vociferar, clamar venganza a nombre de la sociedad y a nombre ella; mi abogado, a quien apenas conozco, un defensor de oficio, hacía lo imposible por probar mi locura o cuando menos atribuir mi acto a un momento de enajenación mental: creo que ante lo imprevisto de mi caso los médico hubieran fácilmente declarado a mi favor, pues efectivamente, en la conciencia de esas gentes se necesita estar irremediablemente loco para cometer un crimen como el mío: mis jurados quedaban estupefactos cuando con pompa de palabras y excesos de negro y rojo, el agente del ministerio público pintaba los falsos sufrimientos de la víctima y lo monstruoso de mis sentimientos; verdad es que entre ellos había un dueño de dulcería, uno de tienda de abarrotes y un distinguido prestamista; ser juzgado por semejantes tipos, ha sido una ironía, y no de las pequeñas, en mi vida.
“Cuando se habló de locura y mis antepasados desfilaron evocados por la gangosa voz del defensor, yo me levanté para protestar, repitiéndoles que mi razón, completamente lúcida de suyo, lo estaba particularmente en el momento del crimen, y puesto que no trato de excusarme –añadí- y plenamente he confesado mi crimen y sus móviles, inútil me parece querer emplear mezquinos subterfugios; si soy merecedor de una pena, dictadla, la aguardo ahora que ya he conseguido mi objetivo.
“Pasar por un asesino vulgar o por un loco, era lo único que me sublevaba y el único cargo del que procuraba defenderme. Mi abogado, que tampoco comprendía que un reo no se prestara a su propia salvación, no sabía lo que pensar de mí. Durante las audiencias, al ver mi sangre fría tachada de cinismo por los periodistas, al ver mi poco, o más bien, mi ningún empeño de ayudarle, me tenía por el tipo acabado del insensato; a solas conmigo, cuando en mi celda me oía razonar, y discutir mi caso, me tenía por cuerdo. ¿Por qué decidirse, pues?
“Ahora bien, lo que ni jueces ni abogados han comprendido, lo que en su profunda ignorancia del ser humano y sus aberraciones no han acertado a penetrar y atribuyen a un exceso de perversidad, decretando mi fin como el de un animal dañino, eso quiero dilucidarlo yo, explicármelo, ver las causas que a ello contribuyeron, hoy que la errónea justicia humana no tiene que intervenir más en mis asuntos.
“¡Un loco, evidentemente no lo soy!, pienso, discurro, y obro como el común de los mortales, mejor muchas veces. Soy un enfermo, no lo niego, un enfermo, sí, pero un enfermo de refinamientos, un sediento de sensaciones nuevas.
“Cuando pienso en mi crimen, veo que necesariamente debía yo llegar a él; era un predestinado, estaba marcado para seguir esa ruta, no en las mismas condiciones que otros muchos, pero más evidentemente quizás. Enumerar todas las crisis, todas las transformaciones del alma por las que he pasado, será prolijo; sin embargo, ciertos hechos, algunos accidentes de mi vida me vienen involuntariamente a la memoria.
“Nací inquieto, de una inquietud alarmante, con avidez por ver todo, conocer todo y de todo saciarme. Crecí solo, entregado a las fantasías de mi capricho que en mis primeros años me llevó a la lectura, entregándome a ella golosamente; devoraba hojas, rellenaba mi cerebro de ideas opuestas, verdaderas o falsas, razonables o absurdas, dejando que dentro de mí se fundieran a su antojo tan opuestos manjares. Me complacían, sin embargo, los libros, extraños, los enfermizos, libros que me turbaban, y que helando mi corazón, marchitando mis sentimientos, halagaban mi imaginación despertando mis sentidos a goces raras veces naturales; mi espíritu, dejado en completa libertad, sin idea fija que le sirviera de norma y estímulo para la existencia, sin convicción que lo alentara, no sabía nunca a dónde ir, vagaba constantemente haciendo variar mi pensamiento a las primeras impresiones. En realidad, en mí jamás hubo energía ni voluntad alguna; o hubo sino impresiones.
“Llegué a comprenderlo y procuré buscarlas, encontrarlas en todos lados y a cualquier precio, como busca el morfinomaniaco la morfina y el borracho el alcohol. Fue mi vicio y fe mi placer.
“Como era natural, cada vez fui siendo más difícil en mis elecciones y cada vez tenía que buscar impresiones más difíciles; a meses de orgía desenfrenada, de fiebres de placer, meses durante los cuales me consumía en las locuras más imbéciles y más arriesgadas, seguían semanas de completa continencia y reposo; huía de mis camaradas de excesos; venían depresiones morales que en mis desvaríos y en mi eterno rebuscar sensaciones, me arrojaban a las plantas de una imagen y me hacían matar los días escuchando repiques, gemidos de órganos y murmullos de oraciones, con tan mala suerte que siempre, cuando más seriamente esperaba creer y estar en camino de encontrar la felicidad, una frase ridícula oída en un sermón, el rostro hipócrita, vestalmente vulgar, de una beata, o los defectos artísticos de una pintura, me expulsaban de ahí lanzándome en busca de otra cosa.
“Mi imaginación no podía estar quieta nunca, iba y venía disparatando, buscando siempre novedades, incansable: fueron caprichos amorosos… sin amor, pasiones que yo pretendía tener, cuya pequeña llama hacia inútilmente por inflamar. La sequedad de mi corazón era notable; yo no sentía afecto por nada ni por nadie, me exaltaba, pretendía amar con locura, sentir pasar por mi frente algo de ese divino aliento que tan felices hizo a los grandes apasionados…Yo nada podía sentir, con esfuerzo me acordaba al mes de las mujeres a quienes jurara amor eterno, y nunca pude echar de menos durante media hora a la que me empeñaba en amar.
“Quise refugiarme en el arte, estudiar y vibrar ante las grandes concepciones, sentir el estremecimiento creador del poeta, del músico o del pintor; pero incapaz de un trabajo sostenido, iba de la pintura a la música, de la música a la escultura, y de la escultura a la poesía, sin lograr encadenar mi atención ni dominar la pronta lasitud que como inquebrantable círculo me envolvía.
“Además, yo era ambicioso y algo conocedor, había estudiado a fondo los grandes maestros, y la comparación entre ellos y lo yo podía producir, me asqueaban de mí mismo.
“Erré, en fin, entre todo aquello que podía producirme una impresión, no logrando sino excitar y hacer más sutiles mis sentidos.
“Las mujeres no podían soportarme tres días por mis exigencias, y los amigos, excepción hecha de unos cuantos tan enfermos como yo, me huían, temerosos de ser envueltos en el torbellino de extravagancias peligrosas que levantaba a mi paso.
“Los asesinos célebres, los seres horripilantes, los diabólicos, me seducían. Soñaba con personajes como los de Poe, como los de Barbey d’Aurevilly; me extasiaba con los cuentos de este maestro y particularmente con aquel en el que dos esposos riñen y mutuamente se arrojan, se abofetean, con el corazón despedazado y sangriento aun del hijo; soñaba con los seres demoníacos que Baudelaire hubiera podido crear, los buscaba complicados como algunos de los de Bourget y refinados como los de d’Annuzio.
“En tal estado, nervioso y excitable como nunca, un día, en un prado vi por primera vez a una mujer alta, algo delgada, de andar muy lánguido y con la palidez de una margarita. N sus ojos había algo de intensamente dominante que envolvía y subyugaba. Procuré conocerla y entablar amistad con ella, lo que no me fue difícil. La traté, llegué a interesarme por ella como no me había interesado hasta entonces por mujer alguna. Había en ella y en todo cuanto la rodeaba algo tan raro, tan misterioso, que yo no podía explicar ni comprender, y que me aterrorizaba al mismo tiempo que me atraía; era la sola gente ante la cual me sintiera temblar; la angustia, la comprensión que yo sentía cuando sus ojos se clavaban en mí, a nada es comparable. Su voz me alteraba, me sacaba fuera de mí; tenía tonos únicos, indefinibles y a veces –era también una adoradora de Baudelaire- cuando leía los versos del más inquietante de todos los poetas, yo sentía pasar por mi cuerpo algo como un soplo helado; existe una estrofa al final del soneto Le ‘Revenant’, que nunca podré olvidar, y que siempre resonará fría, salmodiando:

El comme d’autres par la tendrese
Sur ta vie et sur ta jeunesse
Moi je veux regner par l’effroi.’

“De tal manera guardo el sonido y la expresión de estos versos que, cuando las balas rasguen mi cuerpo, dominando el clamor de la detonación gritarán imponiéndose y reinando por el espanto verdaderamente, en el solemne momento.
“Su casa estaba toda en armonía con ella; ningún ruido, el rumor más leve era prontamente extinguido, las alfombras espesas extinguían el rumor de los pasos, las puertas no crujían jamás. La rodeaban objetos raros, libros preciosamente encuadernados, cuadros con imágenes rusas en las que las vestiduras eran de metal, pinturas arcaicas o bien del más acabado modernismo; magistrales copias de Bóklin Burnejones y algunos de Dante Rosseti; por todos lados vasos de esmalte o bien con Bacantes esculpidas contorsionando en las redondeces del mármol, y sobresaliendo, rompiendo estrepitosamente la armonía, gestos macábricos, dragones en fuego, expresiones de pesadilla, trágicos ademanes de marfiles o mascarones japoneses.
“Junto al piano cubierto de rico tapiz bordado con oro, bajo un busto en tierra cocida del monarca de Bayreut, del dios del Teatro Ideal, todas sus obras: el fugitivo Lohengrin, el errante Tanhaüser, las Walkirias libertadoras, los irónicos Maestros cantores, la idílica epopeya de Tristán e Iseult, las tinieblas del Crepúsculo de los Dioses y el esplendor del Oro del Rhin.
“La nacionalidad de mi original amiga me era perfectamente desconocida; y a pesar de mis habituales preguntas, nunca logré averiguarla; esquivaba la respuesta y yo me aventuraba en suposiciones. Hablaba correctamente, sin acento ninguno, el español; cantaba el alemán y el italiano como una florentina o una hija de Hanover; su lengua favorita era el francés y su tipo se prestaba a todas las suposiciones. Unas veces las creía húngara; polonesa o eslava, otras; francesa o alemana, evidentemente no lo era; para ser nacida en la República, imperio del arte contemporáneo, le faltaba ingenio, locuacidad, le faltaba el sello que difiere a la francesa, que la hace enteramente personal, imposible de ocultarse; para lo alemán le faltaban los ademanes pesados, ligeramente bruscos, las sonrisas exclusivas, la expresión de habla y de sonrisa que caracteriza a las rubias hijas del Rhin. Yo no sabía, pues, qué pensar: ¿italiana?, tampoco lo era, le faltaba vivacidad, fuego en los ojos y en los movimientos, expresión y calor en la voz, las austriacas son una mezcla de alemanas y francesas, poco graciosas para ser parisienses, demasiado delicadas para ser berlinesas o hanoverianas o hamburguesas, siendo la mujer alemana la misma en todas partes. No pudiendo sacar nada en claro, me conformé y permanecí en mi ignorancia.
“Un día, después que la música de Wagner hubo caído severa, sugestiva y torturante sobre nosotros, fatigada, lánguida como nunca, se extendió en un diván. Sus brazos pálidos, con palideces de luna, llevaban atados unos largos lazos rojos que después de envolver el puño, caían como dos anchos hilos de sangre.
“Instantáneamente, de un golpe, una idea fantástica se fijó en mi cabeza; vi a esa mujer blanca, desnuda, extendida en ese mismo diván; la vi plástica, pictórica, escultural, un himno de la forma; la vi ir palideciendo lenta, muy lentamente, el fuego de su mirada vacilando en los ojos, y la idea de mi crimen nació.
“En la noche no pude expulsarla un momento, no pensé en las consecuencias, lo que en ningún caso me hubiera detenido, y la palabra crimen la tuve por completo olvidada. Para mí aquello no era sino un goce supremo, un exquisitismo como nunca me lo había pagado; pertinaz, imborrable, me aparecía ella en la oscuridad, blanca, desnuda, plástica, un himno de las formas; veía sobre el Paros de su cuerpo las líneas azuladas de sus venas y al extremo de ellas un ancho hilo de saliendo, un arroyuelo rojo, de un rojo cada vez más vivo, más cruel, mientras más tenue y más suave era la palidez de las carnes.
“Con la idea fija ya de realizar mi deseo, la inicié en los goces del éter, la vi cadavérica, sintiendo su cuerpo volatilizado, inmensamente ligero, no teniendo dentro de sí, más que un pequeño reflejo de vida, refugiado en el cerebro, iluminando el pensamiento, haciéndole todo ver y sobre todo discernir con gran superioridad, dándole clarividencia.
“Una tarde, cuando dormía sin sentirse criatura humana, cuando invadida por profundo sueño, vagaba en algún Paraíso artificial, mi bisturí rasgó prontamente sus puños, la sangre afluyó tiñendo las ropas que torpemente le arrancaba y por completo la extendí desnuda en el diván.
“La sangre brotaba por palpitaciones, corría en hilos bañando la mano, goteando de los cinco dedos, como de cinco heridas, rápida, negruzca.
“Yo la veía vaciarse, las venas se aclaraban, eran abandonadas por el carmín; sus labios sobre todo, se tornaron lívidos mientras la sangre seguía corriendo y extendiéndose como un tapiz. Ella palidecía, palidecía como yo lo había soñado, tan tenue, tan suavemente como cruel era la huída del rojo.
“Abrió los ojos, por su cuerpo pasó una convulsión; me miró, algo atravesó como una luz que se extingue y las palpitaciones de la sangre terminaron.
“Sus ojos me miraban fijos, sus labios blancos parecían decir por última vez:

Sur ta vie et sur ta jeneusse,
moi je veux regner par l’effroi’.

“Y yo quedaba inmóvil, extasiado, ante aquella palidez, ante aquella sinfonía en Blanco y Rojo.

La Tesis

11 enero 2014



Trabajo en los últimos detalles de mi Tesis, esa hija incómoda que me ha molestado los últimos tres [creo] años. Y pienso que es muy parecido a la duración de algunos amores.
Al principio, me entusiasmaba muchísimo acercarme al tema, buscar información, agotar todas las fuentes para darle forma, alimentarla poco a poco para que no tuviera problemas al nacer. Es bonito ¿saben?, pero con el tiempo, entre la burocracia y el cansancio se vuelve un martirio, en realidad hacer una tesis no es tarea difícil, a diferencia de lo que muchos piensan, al menos para mí el proceso fue bonito. El problema real tiene que ver con lo que ocurre después de poner el punto final, toda la parte de correcciones, pero especialmente la burocrática, pues pareciera que después de cuatro años, después de otros tantos de trabajo de investigación, todavía debo pasar por unas pruebas de fuego lidiando con gente malcarada que sólo me pone trabas como en un show de televisión que nadie ve. Pero bueno, si todo sale bien, este mes ya tendré fecha para presentar mi examen profesional, lo estoy deseando, porque ya siento que he llevado mucho tiempo esta carga y bueno…tiene que nacer.

Vergüenza

02 enero 2014


El problema empieza cuando esperas algo bueno de ti mismo. Ahí se jodió todo.
Hace poco más de un año yo tenía una –o eso creía, al menos– buena amiga, que para fines prácticos llamaremos D. 
D y yo nos conocimos cuando los foros de literatura inundaban la red, cuando los blogs aún se leían con frecuencia y los chismes eran mucho más divertidos que ahora. Costaba trabajo encontrar un lectura divertida y, a veces, sin darte cuenta, estabas enganchado de inmediato en un círculo social de gente a la que en realidad le importaba leerte. D, a quien yo en aquél entonces creía distinta, tenía un aire poético en las palabras que me seducía como a cualquier quinceañera, ahora que pienso en ello, imagino que quiso darme el regalo que nadie le dio, o quizá revivir su propio recuerdo, de haberlo tenido.
Nos encontramos una tarde soleada cerca de mi casa y nos hicimos confidentes. Incluso llegué a conocer al hombre por quien ella nunca dejó ese aire poético del que hablaba hace un momento, llamémosle G.
Pero lo que nos atrae a esta historia poco tiene que ver con la forma en la que conocí a D o a G. Sino el modo en que desconocí a cualquiera de los dos. La vida, le dicen. Mucho menos interesante de narrar de lo que parece cuando te está ocurriendo. Pero tengo que exorcizar el "fantasma" de algún modo, y ya que nadie vendrá a leerla por acá, me digo mientras reviso si ya es hora de tomar mi medicina, que qué más da. Faltan dos horas.
Es curioso cómo funciona la vergüenza, con un empoderamiento más intenso que el miedo muchas veces, o quizá se fusionan sin que lo notemos. Menciono lo anterior porque D empezó a darme vergüenza, sí, su mal gusto para vestir, sus colores, su esencia, la pérdida de su espíritu, era algo completamente intolerable para mí. Dejé de mirarla como la heroína que en mi mente se había forjado a lo largo de estos casi diez años que duró nuestra mermada amistad. Quizá ella, como yo se quedó mirando fijamente el vacío, quizá éste al devolverle la mirada destruyó aquello que también quise ver en mí. No me costó trabajo irme, ni a ella aceptarlo con resignación. Estamos a mano.

 
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